artículo del sábado 13 de marzo en un diario de México
Los trenes de la muerte
Hace un año, por estas fechas, José María Aznar aseguró al pueblo de España que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva en cantidades industriales. Más aún, dio su palabra de honor de que había conocido las pruebas de ello y por lo tanto le "constaba" que había un arsenal apuntando al corazón de Occidente.
Con esa desvergonzada mentira embarcó a su país en la ínfima "coalición" formada hasta ese momento por los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Días más tarde, se reunió con George WC y Tony Blair en una base militar de las Azores, donde posó con su estúpida sonrisa para la foto en que los tres anunciaron el principio de la carnicería. Y lo hizo a pesar de que millones de españoles se manifestaban desesperadamente en su contra, exigiéndole que renunciara a su insensatez, a su sadismo y a su codicia. Hoy, aquellos enemigos que adquirió gratuitamente a cambio de nada, le han cobrado la factura de su inmensa irresponsabilidad histórica, pero no la han pagado ni él ni sus ministros, sino los miles de inocentes que iban en los trenes de la muerte.
Las tropas españolas no participaron en la invasión de Irak de manera relevante. Aznar tampoco obtuvo para las empresas de su tierra un solo contrato que le permitiera gozar del botín de la "reconstrucción", pero hace apenas dos meses, cuando Bush y Blair admitieron que en realidad nunca habían tenido evidencias de aquellas armas de Hussein, y se vieron obligados a formar comisiones de investigación que aclararan las "fallas" de sus respectivos servicios de espionaje, el enano de las Azores ni siquiera se tomó la molestia de ofrecer explicaciones o disculpas. Tan seguro estaba de la victoria de su Partido Popular (PP), y de su candidato, Mariano Rajoy, en las elecciones generales que se celebrarán mañana.
Por su parte, José Luis Rodríguez Zapatero, candidato del opositor Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a la jefatura del gobierno, prometió que si triunfaba con el voto de una amplia mayoría, no vacilaría en ordenar que las tropas de su país salieran de Irak, a más tardar, el próximo 16 de junio. Pero no se atrevió a repetirlo, por cierto, la mañana del 11 de marzo al condenar por televisión la ensordecedora sinfonía de bombas que las brigadas de Abu Hafs al Masri, pertenecientes a Al-Qaeda, acababan de ejecutar en las estaciones ferroviarias de Madrid.
Desde el instante que conoció la noticia, Aznar culpó de los hechos a ETA por todos los medios a su alcance. A 72 horas de los comicios, no podía reconocer que él, y nadie sino él, era el primer y último culpable de esta tragedia. Por su tozudez, por su vanidad, por su racismo asesino. Y fieles a la ley del Talión, los comandos de Al-Qaeda se lo han dicho en sus narices: "¿es legítimo que ustedes maten a nuestros niños, mujeres, ancianos y jóvenes, mientras que es pecado que nosotros los matemos a ustedes?"
Hay, sin embargo, otras dos preguntas que apelan al sentido común y al carácter humanitario de la justicia. ¿Quién metió a España en esa guerra? ¿Quién debe ser sancionado mañana con el repudio masivo de los españoles a través de las urnas y con el castigo de los tribunales? La respuesta es un pleonasmo: Aznar y los terroristas.